martes, 21 de agosto de 2007

Vivir con frenesí.

¿En la adolescencia?, pienso. Por supuesto, me respondo.
Veo al caminar, gente sin gracia, gente sin sonrisa, gente sin entusiasmo. Veo gente que no se ve. Me alegra a mi mismo ver una persona que viene sonriendo, mira el cielo como si nunca lo vió, observa el mundo como si nunca lo observó.
Por las mañanas los abuelos copan las calles, se nota su presencia y se los ve alegres.
Al mediodía, hora de almorzar. Los chicos regresan del colegio, y se chocan con los que van. Muchos de ellos llevan alegría en la cara, muchos de ellos dicen no tener otra.
Por las tardes otra vez, los abuelos van por las galletitas. Parecen saber vivir, parecen no querer enseñar, pero nunca parecen cansados.
Por las noches el silencio se ahoga y casi todo es tristeza. El frío copa las calles y el cartón no abriga a Don Pedro. Todo es calmo pero peligroso. Por algo será que la noche es oscuridad, es negra. Y por algo será que los abuelos, despiertan al amanecer y duermen al anochecer.

Los adolescentes no tienen libertad en este tiempo, es verdad. Pero tenes que saber hermano, que nadie prohibe el frenesí. Vive a pleno y deja vivir. Vive lento y deja morir. Vive feliz, y harás feliz.

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